Instantes fugaces (última parte)

Ojos verdes

Se sacudió la arena de los pies, guardó la sombrilla en el maletero y arrancó su coche para regresar a casa. Por el camino encendió la radio, una emisora nostálgica que emitía rock de los 80 y 90 llamó su atención y durante un buen rato tarareó una tras otra las canciones, se las sabía casi todas, tener cierta edad concede esos privilegios, pensó. 

Pero enmudeció de repente al escuchar un estribillo inconfundible: “Baby I love you, come on baby, baby I love you, baby I love only you”.

Tuvo que aparcar en el arcén y respirar hondo… acababa de desvelar el misterio de aquellos ojos verdes. Mientras seguía sonando el tema de Ramones, cerró los ojos y viajó atrás en el tiempo, a sus diecisiete años.

Otoño, palacio de los deportes de Riazor… su primera vez para muchas cosas.

¡Era él, era él, estoy segura! primero en el tren, ahora en la playa… el azar es realmente caprichoso.

Al llegar a casa se sirvió una cerveza y seleccionó en su lista de Spotify la dichosa canción… después se metió en la ducha, sonriendo con cierta nostalgia.

Instantes fugaces ( tercera parte)

1980

Otoño, palacio de los deportes de Riazor… su primera vez para muchas cosas.

Tal vez fue la fascinación del momento, la música potente, la sensación de sentirse una gota de agua más en un océano humano vociferante y alborotado, su escasa tolerancia al alcohol… pero cuando reparó en él y sus miradas se encontraron el mundo se detuvo alrededor.

Con los ojos brillantes y las manos metidas en los bolsillos le gritó un tímido “hola” al que ella respondió con una sonrisa y la mano tendida buscando quizás, una tabla salvadora. Hubo mutua atracción desde el primer instante y desahogaron sus instintos devorándose a besos mientras la multitud permanecía ajena a su pasión. 

De aquella noche recordó muy pocas cosas. Aún hoy se pregunta cómo consiguió llegar a casa, por ejemplo. Sí recuerda la resaca atroz del día siguiente y la bronca descomunal de su padre.  Pero sobre todo recordó durante mucho tiempo aquellas pupilas verdes clavadas en las suyas, aquellas manos torpes acariciándola por debajo del vestido, y aquellos labios que, entre beso y beso, le cantaban al oído: “Baby I love you, come on baby, baby I love you, baby I love only you”.

Dos respiraciones agitadas por el deseo diluyéndose en medio de aquel griterío ensordecedor.
Fue un instante fugaz pero inolvidable, ni siquiera se despidieron, ni siquiera se presentaron, solamente latieron al unísono durante el tiempo que duró aquel concierto de rock. 

Instantes fugaces (segunda parte)

En la playa

El murmullo de las olas ponía la adecuada banda sonora a la lectura. La brisa le acariciaba la piel y el sol de la tarde bañaba sus pies mientras el resto de su anatomía se resguardaba bajo la sombrilla.

Levantó un momento los ojos del libro movida por una sensación difícil de explicar, ¿fue un impulso? ¿una intuición?… nunca lo sabría, pero cuando lo hizo volvió a encontrarse con unos ojos verdes que no le resultaron desconocidos.

El cruce de miradas duró en realidad un breve instante pero para los protagonistas del momento la escena transcurrió como a cámara lenta… otra vez esa sensación excitante de desnudarse mutuamente sin necesidad de tacto.

Pero esta vez un obstáculo en forma de mascarillas escondió la humedad en los labios de ella y la sonrisa de asombro de él.

Le vio alejarse en compañía, después dejó el libro en la arena y se acercó al agua. Aunque caminaban en direcciones opuestas ambos giraron un momento la cabeza… pero sus miradas ya no volvieron a encontrarse.

Continuará…

Instantes fugaces (primera parte)

En el tren

56 minutos… ese era el tiempo que tardaba el tren de las 17:15 en recorrer la distancia entre Vigo y Santiago. Apenas una veintena de pasajeros en todo el vagón. Se acomodó en su asiento, se quitó la bufanda, conectó los auriculares a su móvil y se entretuvo en observar el paisaje que iba quedando atrás. La oscuridad del túnel propició una imagen de casi espejo y fue entonces cuando notó que él la observaba a unas cuatro filas de distancia.

Giró despacio y disimuladamente la cabeza hasta tropezarse con aquel par de ojos verdes… pues sí, el reflejo de la ventanilla no mentía, aquella mirada iba dirigida sin duda a ella. Tardó algunos minutos en unirse al juego pero … ¿por qué no?, lo más probable es que sólo coincidiesen durante ese viaje. Dos desconocidos que cruzan sus vidas un instante fugaz… nada que perder.

No necesitaron manos para desnudarse, les bastó sostenerse la mirada y dejar el resto a la imaginación.

“Próxima estación Santiago de Compostela, next stop Santiago de Compostela”.

Él volvió entonces la atención hacia su acompañante que, sentada a su lado, acababa de despertarse. Ella se envolvió en la bufanda, comprobó que no se dejaba nada en el asiento y se encaminó a la salida. Sólo hubo un brevísimo contacto, el de su abrigo contra el codo de él apoyado en el reposa-brazos al cruzar el pasillo a su altura.

Terminaron el juego, él proseguía viaje hasta A Coruña. Se giró para verla por última vez mientras se mordía el labio inferior y ella… le devolvió la sonrisa.

Continuará…  

Reencuentro

Llegar y descalzarse, con los ojos extasiados y la sonrisa dibujada nada más verte.

¡Cómo echaba de menos escucharte! ¡cómo echaba de menos tu olor!

El primer cosquilleo en los pies es fino y seco. “Voy a caminarte de punta a punta”, me digo.

A medida que me acerco a ti el cosquilleo se vuelve más áspero y más húmedo.

Y me sales al encuentro adornado con un remolino de espuma blanca, travieso, lamiéndome los pies primero, trepando por mis piernas sedientas después, con tanto ímpetu que me obligas a remangarme la falda.

Después de tanto tiempo no sé muy bien como describir la sensación… dejémoslo en “repentina alegría”

Hoy he vuelto a la playa, a llenarme de nuevo la retina de azul, naranja, rosa, malva… y es que me debía una puesta de sol desde hacía meses.

He regresado a casa con arena en los pies, el bajo de la falda algo húmedo y el corazón alegre.

Samil – 27/05/2020

Humedad

No importa lo fríos que se sienten los azulejos en la espalda…

Entre piel y piel apenas queda un resquicio para que la lluvia jabonosa se disperse de manera uniforme, tal vez forme un pequeño charquito en el valle que une ambos pechos.

Lenguas enredadas en un frenesí de besos empapados, impacientes, sedientos, se beben las gotas que resbalan por el cuello.

Manos grandes aferrándose a los muslos, manos más pequeñas clavándose en la espalda.

No existe un abrazo más intenso, más desesperado…

El agua caliente censura la escena poniendo un velo húmedo al vidrio de la mampara.

Perder…

Soy un desastre… ¡lo pierdo todo!

Las llaves, el autobús de las seis, la lista de la compra que llevaba en el bolsillo.

La semana pasada, sin ir más lejos, perdí un calcetín. Se lo debió tragar la lavadora y ahora, cada vez que abro el cajón de la cómoda, me topo con la mirada interrogante y desconsolada del pobre calcetín desparejado. Me da lástima tirarlo, pobrecico, ¿y si aparece su compañero?

Rara vez pierdo los papeles y el buen humor, aunque alguna vez he perdido la paciencia. También pierdo con frecuencia el hilo de la conversación, eso me pasa por parlanchina.

Lo que no pierdo nunca es el apetito, será por eso que no pierdo peso, bueno sí… el otro día perdí alrededor de 2000 calorías, se me quemó la empanada de bacalao que tenía en el horno. No perdí los nervios pero sí perdí la noción del tiempo.

Eso me pasa cada vez que me dedicas esa sonrisilla picaruela y yo… pues claro, me pierdo en tus ojos.

Menos mal que aún no he perdido la cabeza, la vergüenza sí, esa la perdí hace siglos o tal vez nunca la tuve.

He perdido la oportunidad más de una vez, pero eso es algo que no me quita el sueño porque la vida está llena de oportunidades.

Puestos a perder, prefiero perder el tiempo de vez en cuando, es muy gratificante.

Pero a ti… a ti si que no quiero perderte.

Final feliz del cuento

Surgió el amor y cambió el cuento.

Paseaban felices cogidos de la mano entre los helechos de aquel bosque frondoso.

Ella, envuelta siempre en su capa roja, se acurrucó entre sus brazos.

Y él, feroz, se la comió… a besos.


Xurdiu o amor e mudou o conto.

Paseaban ledos collidos da man entre os fentos daquela fraga frondosa.

Ela, envolta sempre na súa carapucha vermella, acubillouse nos seus brazos.

Él, feroz, comeuna… a bicos.

Mensaje

Aún guardaba la sonrisa de aquellos ojos oliváceos en el corazón.

Se acercó a la orilla dejando que el mar le lamiese los pies,

sintiendo como la arena se daba a la fuga bajo las pisadas

y la brisa jugaba traviesa con su vestido.

¿Sigues teniendo el pelo al compás del viento? – leyó…

Hay mensajes que sientan tan bien como una caricia en la espalda.

Dios me quiere…

Dios me quiere… sí, me quiere.

O eso o es que le caigo la hostia de simpática porque, vamos a ver:

No es normal que NUNCA se me caiga la tostada por el lado de la mermelada. Se me cae dentro del tazón del colacao salpicándolo todo, eso sí, luego tengo que “pescarla” con los dedos pero, ¿y lo rica que está así, empapada y chorreante?

No es normal que salga tres veces a la calle un viernes borrascoso de diciembre, y justo cuando entro por la puerta de mi casa se desate el diluvio universal, como si los nubarrones estuvieran aguantándose las ganas de soltar el chaparrón hasta saberme a cubierto. ¡Que ni he tenido que abrir el paraguas, oiga!, menos mal porque cargada con la mochila del gimnasio y las dos bolsas del súper, habría tenido que sujetarlo con los dientes.

No es normal que, de camino al teatro, pille todos los semáforos en verde. El de Pizarro, el del cruce con Gran Vía, todos los de la calle Venezuela y hasta el del concello. A veces pruebo a chasquear los dedos cuando me aproximo a ellos y … ¡funciona!, chasquido/verde, chasquido/ verde, chasquido/¡verde!, es como si tuviera superpoderes. Camino, y a mi paso se encienden las farolas, ¡es alucinante!

Mi amiga Lola dice que hay días en los que la vida nos besa… no sé, de lo que estoy segura es que no tengo superpoderes, por eso creo que Dios me quiere.

Aunque, pensándolo bien, tal vez sean las sonrisas que me dedicas cada mañana las que obren estos milagros.