No importa lo fríos que se sienten los azulejos en la espalda…
Entre piel y piel apenas queda un resquicio para que la lluvia jabonosa se disperse de manera uniforme, tal vez forme un pequeño charquito en el valle que une ambos pechos.
Lenguas enredadas en un frenesí de besos empapados, impacientes, sedientos, se beben las gotas que resbalan por el cuello.
Manos grandes aferrándose a los muslos, manos más pequeñas clavándose en la espalda.
No existe un abrazo más intenso, más desesperado…
El agua caliente censura la escena poniendo un velo húmedo al vidrio de la mampara.