Tus zapatos, mis zapatitos

Cada día tratabas inútilmente de explicármelo, pero yo persistía en un desconsolado berrinche. Finalmente sonreías, me dabas un beso y te marchabas.

Yo me tiraba al suelo para ver, por debajo de la puerta, como tus zapatos se alejaban por el pasillo hasta desaparecer al llegar a las escaleras. Luego me levantaba y corría a buscar los brazos de mamá que me aupaban a la ventana. Y tú, desde la calle, te girabas y nos saludábamos con la mano.

Y así un día tras otro, hasta que volvías del trabajo y el sonido de la llave en la cerradura ponía alas en mis zapatitos, y corría a abrazarte gritando por el pasillo la primera palabra que aprendí a pronunciar… “papá, papá, papá”.

Advertisement

Instantes fugaces (última parte)

Ojos verdes

Se sacudió la arena de los pies, guardó la sombrilla en el maletero y arrancó su coche para regresar a casa. Por el camino encendió la radio, una emisora nostálgica que emitía rock de los 80 y 90 llamó su atención y durante un buen rato tarareó una tras otra las canciones, se las sabía casi todas, tener cierta edad concede esos privilegios, pensó. 

Pero enmudeció de repente al escuchar un estribillo inconfundible: “Baby I love you, come on baby, baby I love you, baby I love only you”.

Tuvo que aparcar en el arcén y respirar hondo… acababa de desvelar el misterio de aquellos ojos verdes. Mientras seguía sonando el tema de Ramones, cerró los ojos y viajó atrás en el tiempo, a sus diecisiete años.

Otoño, palacio de los deportes de Riazor… su primera vez para muchas cosas.

¡Era él, era él, estoy segura! primero en el tren, ahora en la playa… el azar es realmente caprichoso.

Al llegar a casa se sirvió una cerveza y seleccionó en su lista de Spotify la dichosa canción… después se metió en la ducha, sonriendo con cierta nostalgia.

In memoriam

Fue el del 86 el único verano que tú y yo compartimos, después regresaste con los tuyos y nunca más volviste a España, tampoco yo viajé nunca a Buenos Aires.

Es curioso cómo funciona nuestro almacén de recuerdos. Cuando me contaron que habías emprendido tu último viaje tras una larga y buena vida, acudieron a mí tres imágenes muy claras.

En aquel verano que pasaste con nosotros yo acababa de estrenarme como madre. Te recuerdo en agosto, sentado muy temprano en la cocina de la casa de tu hermana, en Vigo. Al terminar la toma de las seis de la mañana acostaba a Alberto en su cunita y me reunía contigo en la cocina. Mientras yo me preparaba un vaso de leche con cacao y tú disfrutabas a sorbos pequeños del obligado mate, charlábamos un buen rato. Tras darnos los buenos días, siempre eras tú el primero en preguntar:

_ ¿Has descansado bien “mijita”?, ¿se ha portado bien esta noche el pibe?

Después yo derivaba casi siempre la conversación hacia tus años de juventud, disfrutaba escuchándote relatar tus travesuras de infancia y también las peripecias de ese primer viaje hacia el que sería tu hogar, y de como te despediste de tus hermanas, (la más pequeña, mi madre).

La segunda imagen ya nos sitúa de vuelta en Madrid, pasaste con nosotros los primeros días de aquel septiembre. Mi padre y tú, sentados en el jardín, os contabais “batallitas” de la mili, pero cuando Alberto se removía inquieto en su sillita y mi padre lo cogía en brazos, la frase de alguno de vosotros era siempre:

_ “Hay que ver… cuanto se les quiere a los nietos”

La tercera imagen es de no hace demasiado tiempo. De casualidad llegó a mis manos una foto en blanco y negro, ya amarillenta por el paso de los muchos años. Una de esas fotos de antaño que constituían todo un acto solemne en las vidas de los retratados. Imágenes pensadas y trabajadas con exquisito rigor por parte del fotógrafo de turno. En ella, un niño de pocos años posaba sobre una bicicleta rodeado de sus abuelos y sus tíos. Cuando se la envié a tu nieto por Whatsapp para que te la mostrase, me emocionó verte emocionado al reconocerte en la figura de ese niño, casi ocho décadas después.

Esta pandemia atroz ha querido llegar a tu hemisferio vestida con los colores del otoño. Por eso me contaba tu hija esta tarde entre lágrimas, que el cementerio estaba huérfano de flores. Solo los pájaros y las dos personas que más te quieren han podido acompañarte a las diez de la mañana. Al mismo tiempo de este lado, pero con el reloj marcando las tres, tu familia nos hemos afanado en enviarte flores virtuales de nuestra primavera, y hemos estado atentos al reloj para que los corazones de allí se sintiesen acompañados por los de aquí.

Para ellos dos va el más grande de mis abrazos saltándose la distancia.

Y para ti… solo responderé a tu pregunta:

_ ¿Has descansado bien “mijita”?

_ Sí tío… ahora descansa en paz tú también

(A mi tío Albino Guerra, in memoriam)