Receta contra la tristeza

Anda estos días la tristeza queriendo instalarse en nuestra casa. La muy descarada intenta importunar especialmente a los mayores. La veo acompasando el caminar lento y vacilante, trepando luego por el bastón, para pasearse después por los surcos que la vejez ha trazado en esas manos un poco temblorosas. Desde allí pega un brinco y se columpia en los ojos húmedos festoneados de arrugas y allí se queda prendida.

Yo acudo para intentar espantarla pero… ¿cómo explicarle lo extraño que se ha vuelto el mundo de repente, a una persona que te cuenta que aún en medio de una terrible guerra él, siendo un niño, pudo velar el cuerpo de su padre rodeado de sus hermanos, de su madre y de sus vecinos? y es que ahora no acierta a comprender por qué su hermana se ha ido sola de este mundo, sin la despedida de los suyos, sin una triste flor sobre su lápida, sin una ceremonia digna y solemne, “como dios manda” apostilla…

La tristeza y yo nos llevamos mal, somos enemigas confesas, presta estoy siempre a combatirla, pero esta mañana he dejado que me ganase la partida. Me rendí nada más levantarme de la cama, dejé que se metiera bajo la ducha conmigo y me hizo llorar desconsoladamente. Me fustigó también durante el desayuno poniéndome un nudo en la garganta, luego se acomodó en mi cabeza como una losa pesada.

Pero solo la dejé ganar el primer asalto. Apareció el sol y fui a sentarme un rato al jardín, escuchando la algarabía de los pájaros volando alrededor del nogal. Uno de ellos, en su continuo ir y venir de vuelos cortos, de vez en cuando se posaba cerca y me observaba curioso esponjando sus plumitas verdes. He vuelto a entrar en casa, animada a meterme entre fogones.

Al final, una ducha larga, un rato al sol y un pajarillo de plumitas verdes han ayudado bastante a sacudirme de encima la tristeza de esta mañana. Y es que la vida, a pesar de todo, sigue siendo un hermoso regalo si uno sabe ser agradecido.

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In memoriam

Fue el del 86 el único verano que tú y yo compartimos, después regresaste con los tuyos y nunca más volviste a España, tampoco yo viajé nunca a Buenos Aires.

Es curioso cómo funciona nuestro almacén de recuerdos. Cuando me contaron que habías emprendido tu último viaje tras una larga y buena vida, acudieron a mí tres imágenes muy claras.

En aquel verano que pasaste con nosotros yo acababa de estrenarme como madre. Te recuerdo en agosto, sentado muy temprano en la cocina de la casa de tu hermana, en Vigo. Al terminar la toma de las seis de la mañana acostaba a Alberto en su cunita y me reunía contigo en la cocina. Mientras yo me preparaba un vaso de leche con cacao y tú disfrutabas a sorbos pequeños del obligado mate, charlábamos un buen rato. Tras darnos los buenos días, siempre eras tú el primero en preguntar:

_ ¿Has descansado bien “mijita”?, ¿se ha portado bien esta noche el pibe?

Después yo derivaba casi siempre la conversación hacia tus años de juventud, disfrutaba escuchándote relatar tus travesuras de infancia y también las peripecias de ese primer viaje hacia el que sería tu hogar, y de como te despediste de tus hermanas, (la más pequeña, mi madre).

La segunda imagen ya nos sitúa de vuelta en Madrid, pasaste con nosotros los primeros días de aquel septiembre. Mi padre y tú, sentados en el jardín, os contabais “batallitas” de la mili, pero cuando Alberto se removía inquieto en su sillita y mi padre lo cogía en brazos, la frase de alguno de vosotros era siempre:

_ “Hay que ver… cuanto se les quiere a los nietos”

La tercera imagen es de no hace demasiado tiempo. De casualidad llegó a mis manos una foto en blanco y negro, ya amarillenta por el paso de los muchos años. Una de esas fotos de antaño que constituían todo un acto solemne en las vidas de los retratados. Imágenes pensadas y trabajadas con exquisito rigor por parte del fotógrafo de turno. En ella, un niño de pocos años posaba sobre una bicicleta rodeado de sus abuelos y sus tíos. Cuando se la envié a tu nieto por Whatsapp para que te la mostrase, me emocionó verte emocionado al reconocerte en la figura de ese niño, casi ocho décadas después.

Esta pandemia atroz ha querido llegar a tu hemisferio vestida con los colores del otoño. Por eso me contaba tu hija esta tarde entre lágrimas, que el cementerio estaba huérfano de flores. Solo los pájaros y las dos personas que más te quieren han podido acompañarte a las diez de la mañana. Al mismo tiempo de este lado, pero con el reloj marcando las tres, tu familia nos hemos afanado en enviarte flores virtuales de nuestra primavera, y hemos estado atentos al reloj para que los corazones de allí se sintiesen acompañados por los de aquí.

Para ellos dos va el más grande de mis abrazos saltándose la distancia.

Y para ti… solo responderé a tu pregunta:

_ ¿Has descansado bien “mijita”?

_ Sí tío… ahora descansa en paz tú también

(A mi tío Albino Guerra, in memoriam)

Morra o conto

Querido espello, outra vez empurrándome ao medo, á fame, á asfixia, ao silencio.

Querido espello, outra vez condenando o meu peito, o corpo, a pel, os segredos.

Xa é o momento, chegou a hora, troncemos os armarios para transgredir a historia!

Xa é o momento, chegou o día troncemos os espellos, carraxe e valentía!

Morra o conto xa!

Aprendemos a espirnos rachando as ataduras para podernos vestir con sorrisos e engurras.

Aprendemos a espirnos rexeitando as proporcións. Este conto remata. Únete á celebración!

Maldito espello, que agochabas as portas do inferno, agora acabamos cos demos.

Morra o conto xa!

Maldito espello, xa tronzado acabouse o misterio, só quedan os vidros dun tempo.

Morra o conto xa!

Esa historia pide terra, morra o conto xa! Contáronnos mentiras, non nos deixan bailar. A Rosa, a Maruxa, son anos cavando. A nosa árbore medra sa!

Querido espejo, otra vez empujándome al miedo, al hambre, a la asfixia, al silencio.

Querido espejo, otra vez condenando mi pecho, el cuerpo, la piel, los secretos.

¡Ya es el momento, llegó la hora, rompamos los armarios para transgredir la historia!

¡Ya es el momento, llegó el día, rompamos los espejos, coraje y valentía!

¡Muera el cuento ya!

Aprendemos a desnudarnos rompiendo las ataduras, para podernos vestir con sonrisas y arrugas.

Aprendemos a desnudarnos rechazando las proporciones, este cuento termina, ¡únete a la celebración!

Maldito espejo, que escondías las puertas del infierno, ahora acabamos con los demonios.

¡Muera el cuento ya!

Maldito espejo, ya roto se acabó el misterio, solo quedan los vidrios de un tiempo.

¡Muera el cuento ya!

¡Esta historia pide tierra, muera el cuento ya! nos contaron mentiras, no nos dejan bailar. A Rosa, a Maruxa, son años cavando. ¡Nuestro árbol crece sano!

Letra inspirada en el poema “O talle 50”, de Andrea Nunes Brións, recogido en “Todas as mulleres que fun”

“HOGAR” un poema de Warsan Shire

Nadie abandona su hogar a menos que su hogar sea la boca de un tiburón.

Solo corres hacia la frontera cuando ves que toda la ciudad también lo hace.

Tus vecinos corriendo más deprisa que tú, con aliento de sangre en sus gargantas.

El niño con el que fuiste a la escuela, que te besó hasta el vértigo

detrás de la fábrica, sostiene un arma más grande que su cuerpo.

Solo abandonas tu hogar cuando tu hogar no te permite quedarte.

Nadie deja su hogar a menos que su hogar le persiga,

fuego bajo los pies, sangre hirviendo en el vientre.

Jamás pensaste en hacer algo así hasta que sentiste el hierro ardiente

amenazar tu cuello.

Pero incluso entonces cargaste con el himno bajo tu aliento,

rompiste tu pasaporte en los lavabos del aeropuerto,

sollozando mientras cada pedazo de papel te hacía ver

que jamás volverías.

Tienes que entender que nadie sube a sus hijos a una patera

a menos que el agua sea más segura que la tierra.

Nadie abrasa las palmas de sus manos bajo los trenes, bajo los vagones,

nadie pasa días y noches enteras en el estómago de un camión,

alimentándose de hojas de periódico, a menos que

los kilómetros recorridos signifiquen algo más que un simple viaje.

Nadie se arrastra bajo las verjas, nadie quiere recibir los golpes ni dar lástima.

Nadie escoge los campos de refugiados

o el dolor de que revisen tu cuerpo desnudo.

Nadie elige la prisión, pero la prisión es más segura que una ciudad en llamas,

y un carcelero en la noche es preferible

a un camión cargado de hombres con el aspecto de tu padre.

Nadie podría soportarlo, nadie tendría las agallas,

nadie tendría la piel suficientemente dura.

Los: “váyanse a casa, negros”, “refugiados”, “sucios inmigrantes”,

buscadores de asilo”, “quieren robarnos lo que es nuestro”,

negros pedigüeños que huelen raro”, “salvajes”,

destrozaron su país y ahora quieren destrozar el nuestro”.

¿Cómo puedes soportar las palabras, las miradas sucias?

Quizás puedas, porque estos golpes son más suaves

que el dolor de un miembro arrancado.

Quizás puedas porque estas palabras son más delicadas

que catorce hombres entre tus piernas.

Quizás porque los insultos son más fáciles de tragar que el escombro,

que los huesos, que tu cuerpo de niña despedazado.

Quiero irme a casa, pero mi casa es la boca de un tiburón.

Mi casa es un barril de pólvora,

y nadie dejaría su casa a menos que su casa le persiguiera hasta la costa,

a menos que tu casa te dijera que aprietes el paso,

que dejes atrás tus ropas, que te arrastres por el desierto,

que navegues por los océanos,

naufraga, sálvate, pasa hambre, suplica, olvida el orgullo,

tu vida es más importante”.

Nadie deja su hogar hasta que su hogar se convierte

en una voz sudorosa en tu oído diciendo:

Vete, corre lejos de mí ahora.

No sé en qué me he convertido, pero sé

que cualquier lugar es más seguro que éste”.