Mañana de Reyes

Recuerdo perfectamente que esa mañana me desperté muy temprano. Salté de la cama y corrí descalza por el pasillo, abrí la puerta de la sala, encendí la luz y me puse a dar saltitos de puro nerviosismo.

Aquel año (no sé porqué) los Reyes habían sido especialmente generosos, y tenía ante mí un montón de paquetes envueltos en papel de regalo y una carta firmada por Melchor, Gaspar y Baltasar, escrita con una preciosa caligrafía.
Naturalmente dejé de lado la carta y me fui derechita a por el paquete más grande.

Mi padre apareció por la puerta llevando mis zapatillas en la mano: “ven aquí que te calzo, que el suelo está frío y aún vas a pillar una pulmonía”. Yo seguía “peleándome” con la caja grande mientras él me encasquetaba las zapatillas y mi madre trataba de ponerme, sin éxito, la bata.
Finalmente la caja se abrió y apareció ella… Cristina… ¡la muñeca más bonita del mundo! con su pelo largo y rubio, su gran lazo, y sus zapatitos de charol

 Comparada con mis otras muñecas era muy alta, puesta de pié me llegaba más arriba de la cintura. Mi madre preguntó entonces: “¿te gusta? es tan grande que podemos vestirla con tu ropa de cuando eras pequeña” y me entregó entonces un cestillo con patucos, un babero de ganchillo, una chaquetita blanca tejida a mano, y aquel precioso vestidito que mi madrina, una maravillosa modista, me había confeccionado años atrás con un retal de color rosa pálido y sobre el que mi madre había bordado con esmero unos cuantos diminutos pajaritos blancos.

Todo eso dibujó en mi cara la más entusiasta de las sonrisas y otra vez me puse a dar saltitos de puro nerviosismo, mientras achuchaba esta vez a Cristina y mi madre me leía, con infinita paciencia, la carta de Sus Majestades.

Sin duda ese fue un día de Reyes emocionante e inolvidable.
Por cierto… aún conservo el vestidito rosa pálido salpicado de diminutos pajaritos blancos. Y sí… mi madre sigue teniendo una preciosa caligrafía.

Advertisement

La receta

Una buena amiga me pide con cierta urgencia la receta perfecta para encarar el nuevo año. No existen las fórmulas infalibles y yo sólo soy una cocinera aficionada, aún así acabo de enviarle por whatsapp una que puede servirle.

Ingredientes básicos:

  • Una buena cantidad de PRESENTE
  • Desechar todo lo que huela a pasado y no planificar en exceso el futuro
  • Kilos y kilos de SINCERIDAD, con una misma primero y con los demás también
  • Añadir HONESTIDAD, RESPETO, COMPRESIÓN y diálogo… mucho, mucho DIÁLOGO
  • Una buena dosis de REFLEXIÓN en su variedad más sosegada
  • Prohibidos los autoengaños, prohibido también los verbos depender y necesitar, que sólo sirven para amargar el mejor guiso
  • Recomendable aderezar con mucho AMOR y mucho HUMOR

Preparación:

  • Cocinar CON PLACER y olvidarse de “complacer”
  • Antes de empezar ponerse el mejor delantal y encender con alegría los fogones
  • Y por supuesto cocinarlo todo como la vida… intensamente y sin dramas

La verdadera identidad de los Reyes Magos

Se llamaba Agustina y era mi pesadilla. Estábamos en la misma clase de EGB, era la típica niña grandota, algo bruta y muy traviesa. Recuerdo su melena pajiza recogida casi siempre en dos gruesas trenzas. Disfrutaba persiguiéndome al salir del cole hasta llegar a mi portal, afortunadamente yo era más rápida y casi siempre me zafaba de sus diabluras. Pero ese día me pilló desprevenida y me acorraló en la esquina del patio, durante el recreo. No contenta con tirarme de la coleta sin piedad, me dijo algo que me dolió bastante más que el tirón de pelos… Me reveló la verdadera identidad de los Reyes Magos.

Desolada y al borde de la lágrima llegué a mi casa, entré en la cocina y le pregunté a mi madre si eso era cierto. Y ella, sin prestarme demasiada atención afanada como estaba entre cazuelas, me respondió con un escueto: “sí, es cierto”. Mi madre siempre ha sido así de … prosaica.

Una pena honda mezclada con una rabia intensa me hicieron salir de nuevo a la calle, y entrar corriendo en la trastienda de la panadería situada en la acera de enfrente. Allí jugaba despreocupada mi amiga Amparito, dos años más pequeña que yo. Empezó a llorar desconsolada cuando, en un arrebato de pura maldad infantil, la hice partícipe de “la gran revelación”. A los lloros desbordados de Amparito acudió la panadera, su madre, que al enterarse de mi tropelía me echó de la trastienda de muy malos modos y con la amenaza de “chivarse” a la mía.

Me sentí muy desgraciada. La bronca de la panadera, la crueldad de Agustina, la escasa empatía de mi madre, y la pena que sentí después por Amparito estaban convirtiendo aquel día frío de diciembre en un verdadero desastre. Menos mal que pronto llegó mi padre y , como siempre, todo lo arregló acurrucándome en su regazo. En el fondo siempre sospeché que él era también un Rey Mago disfrazado de papá.

Las prisas no son buenas…

Las prisas no son buenas.

Te lo digo yo que soy de paladar exigente, costuras definitivas, y construcciones sólidas.

El mejor sabor se cocina sosegado.

Los apremios sólo sirven para coser hilvanes de última hora.

Los buenos cimientos precisan tiempo lento de fraguado.

Las urgencias apagan llamas pero no extinguen incendios.

Así que, ven… vamos a besarnos despacio esta vez.

¡Hola!

No sé como has llegado hasta aquí pero me alegra un montón tu visita, así que bienvenido/a a este… hum… aún no tengo muy claro como llamarlo.

Digamos que es una especie de revoltijo, un cajón de sastre donde recopilar mis “ocurrencias”, que tengo desperdigadas por libretas usadas y folios sueltos en una carpeta vieja.

Por favor acomódate como si estuvieras en tu casa y curiosea todo lo que quieras, yo mientras tanto voy a calzarme las zapatillas “atrapamusas”.

P.D. Este blog iba a llamarse “La gata con botas” pero el título ya estaba “pillao”, además… yo soy más de calzarme las zapatillas y “senderear” por ahí 😉