Amores indiscretos

La noche del jueves volví andando a casa después del concierto. Había dejado de lloviznar pero las calles seguían brillando en su destemplanza.

Al cruzar por el parque me fijé en él. Estaba en el rincón favorito de las parejas, sentado en el respaldo húmedo del banco de madera. Tenía puesta la capucha de su cazadora, pero pude intuir su sonrisa iluminada por la luz del móvil.

La vídeo-llamada tenía voz de mujer y ambos parecían enfrascados en una conversación llena de confidencias y palabras dulces.

No se percató de mi presencia porque al acercarme caminé un rato de puntillas para que el taconeo de mis botas no rompiese la magia. De ese modo pude escuchar un: “intentaré conectarme mañana a la misma hora”… y un: “te quiero” al otro lado de la pantalla.

Apuré el paso, ellos necesitaban intimidad y yo apoyar de nuevo mis talones en el suelo.

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