Su jefe era un imbécil, aguantaba sus broncas porque le hacía falta el trabajo.
Ahora lo único que necesitaba era llegar a casa, abrir una cerveza, tirarse en el sofá y olvidarse de todo… especialmente de ella.
“Fuera de servicio por labores de mantenimiento, disculpen las molestias”. Apretó los dientes y empezó a subir el montón de escaleras que conducían a su barrio.
“Hay días tontos y tontos todos los días”, pensó. Pero lo que más dolía era la traición… el amor de su vida le había dejado por otro, más guapo, con más pasta, más en forma…
Y mientras ella se lo pasaba en grande con el imbécil, él tenía el corazón igual que el ascensor… averiado.