El abrigo del Rey

A mi padre normalmente la noche de reyes le tocaba trabajar. Era vigilante nocturno en la central térmica de la Complutense, así que después de cenar temprano me daba un beso, se ponía su abrigo gris y se marchaba prometiéndome que saludaría de mi parte a Melchor, Gaspar y Baltasar cuando se encontrasen en plena faena. Ya os conté que mi padre siempre tuvo un trato muy cercano con sus majestades. Es más, yo estaba convencida que las únicas personas del mundo que trabajaban la noche del 5 al 6 de enero eran los tres Reyes Magos y mi padre, y eso me hacía sentir muy orgullosa… Bendita inocencia.

El caso es que siempre nos tocaba a mi madre y a mí encargarnos del habitual protocolo de bienvenida para magos y camellos. Acercábamos una mesita baja al árbol de Navidad, poníamos en el centro un mantelito bordado por ella a punto de cruz, sobre él un plato verde de Duralex con polvorones, trocitos de turrón blando y peladillas, y a un lado tres vasos (también de Duralex verde) llenos de leche. Y por supuesto una palangana con agua para los sufridos camellos.

Después de eso tocaba irse a la cama pero, ¿quién era capaz de dormir con tanta dosis de ilusión encima? desde luego yo no. Me pasaba las primeras horas de la noche dando vueltas inquieta en la cama, atenta al más leve ruído, aunque al final el sueño terminaba por ganarme la partida.

Sólo en una ocasión me despertó casi de madrugada el sonido de una llave abriendo la puerta de nuestra casa, unos pasos sigilosos que iban y venían del salón a la cocina, y el susurro de un par de voces que no logré identificar. Cuando los pasos se acercaron a mi habitación me quedé muy quieta bajo las mantas, aguantando la respiración y notando el corazón al galope, haciéndome la dormida para no quedarme sin regalos. Pero la curiosidad pudo conmigo y medio abrí un ojo justo cuando mi rey preferido, Melchor, desaparecía por la rendija de la puerta… Juraría que en lugar de capa llevaba puesto un abrigo gris pero ese era un detalle que, para una niña ilusionada, carecía de importancia.