A mi casa los Reyes Magos vienen todos los días

De todos los árboles de nuestro jardín, los favoritos de mi padre siempre fueron los naranjos.

Siendo niña, recuerdo haberle preguntado la mañana de un seis de enero, después de abrir entusiasmada todos mis regalos…

“¿Papá, y a ti que te traían los reyes cuando eras pequeño?”

Se echó a reír y luego me contó que, en aquellos tiempos, los Magos de Oriente no solían pasar por la montaña luguesa.

Mi padre fue el noveno de 12 hermanos y, según sus propias palabras, el más trasto con diferencia de todos ellos. tardó bastante en dar el “estirón”, hasta los 17 años no creció lo que debía por lo que fue un niño bajito comparado con los de su edad, pero aún así era bastante pendenciero. Si había que pelearse con los chiquillos de la aldea vecina él siempre estaba dispuesto, aunque luego tuviesen que sacarle del apuro sus hermanos más mayores.

Pero a pesar de sus continuas travesuras, sí recordaba que una vez los Reyes Magos pasaron por su casa y le dejaron bajo la almohada un precioso regalo… ¡DOS NARANJAS!

Dos deliciosas naranjas que fue saboreando gajo a gajo como el mayor de los manjares en los días siguientes. Nunca antes había comido nada tan sabroso.

Pero eso fue antes de que a su padre un “cólico miserere” (peritonitis) se lo llevase al otro mundo, estallase la guerra civil, y mi pobre abuela se quedase viuda con dos hijos combatiendo en el frente, otro emigrado en Argentina, y haciendo milagros para sacar adelante al resto.

Aquel niño travieso no volvió a recibir regalos de reyes, tal vez por eso siempre procuró que a su adorada hijita nunca le faltasen.

Todas las mañanas me preparo un vaso grande de zumo de naranja antes de desayunar y pienso en mi padre… por eso digo que “a mi casa los Reyes Magos vienen todos los días”.

(En la foto, del año 1993, mi padre y mi hijo pequeño comparten una naranja del jardín).

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