Morra o conto

Querido espello, outra vez empurrándome ao medo, á fame, á asfixia, ao silencio.

Querido espello, outra vez condenando o meu peito, o corpo, a pel, os segredos.

Xa é o momento, chegou a hora, troncemos os armarios para transgredir a historia!

Xa é o momento, chegou o día troncemos os espellos, carraxe e valentía!

Morra o conto xa!

Aprendemos a espirnos rachando as ataduras para podernos vestir con sorrisos e engurras.

Aprendemos a espirnos rexeitando as proporcións. Este conto remata. Únete á celebración!

Maldito espello, que agochabas as portas do inferno, agora acabamos cos demos.

Morra o conto xa!

Maldito espello, xa tronzado acabouse o misterio, só quedan os vidros dun tempo.

Morra o conto xa!

Esa historia pide terra, morra o conto xa! Contáronnos mentiras, non nos deixan bailar. A Rosa, a Maruxa, son anos cavando. A nosa árbore medra sa!

Querido espejo, otra vez empujándome al miedo, al hambre, a la asfixia, al silencio.

Querido espejo, otra vez condenando mi pecho, el cuerpo, la piel, los secretos.

¡Ya es el momento, llegó la hora, rompamos los armarios para transgredir la historia!

¡Ya es el momento, llegó el día, rompamos los espejos, coraje y valentía!

¡Muera el cuento ya!

Aprendemos a desnudarnos rompiendo las ataduras, para podernos vestir con sonrisas y arrugas.

Aprendemos a desnudarnos rechazando las proporciones, este cuento termina, ¡únete a la celebración!

Maldito espejo, que escondías las puertas del infierno, ahora acabamos con los demonios.

¡Muera el cuento ya!

Maldito espejo, ya roto se acabó el misterio, solo quedan los vidrios de un tiempo.

¡Muera el cuento ya!

¡Esta historia pide tierra, muera el cuento ya! nos contaron mentiras, no nos dejan bailar. A Rosa, a Maruxa, son años cavando. ¡Nuestro árbol crece sano!

Letra inspirada en el poema “O talle 50”, de Andrea Nunes Brións, recogido en “Todas as mulleres que fun”

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Un 8 de marzo esperanzador

Iba siempre hecho un pincel, con la raya de los pantalones perfectamente planchada, aunque él nunca tuvo una plancha en sus manos… ya se ocupaba ella.

Como por arte de magia su ropa aparecía preparada cada mañana sobre la silla, vestía elegante pero jamás se compró ni un triste calzoncillo… ya se ocupaba ella.

Los zapatos siempre perfectamente lustrados… naturalmente gracias a ella.

Era de paladar exigente, siempre a mesa puesta, nunca tuvo necesidad de freírse un huevo o abrir una lata de sardinas… para eso estaba ella.

El ritual venía repitiéndose a diario desde hacía más de medio siglo. Después de comer ella le servía su café, en vaso, con una gotita de leche y dos cucharadas de azúcar. He visto a lo largo de los años esas manos, ahora más torpes y arrugadas, servir sumisas ese café.

No sé si habrá sido por mi insistencia, pero me han dado ganas de levantarme y aplaudirla cuando el domingo la escuché dirigirse a él y decirle: “y a partir de hoy, el azúcar te lo sirves tú”.