Siempre me ha parecido prodigiosa la habilidad de María con las tijeras. Mientras su mano izquierda maneja el peine con rigor sometiendo cada mechón, la derecha sobrevuela alrededor de mi cabeza con la velocidad de un colibrí: “chas, chas, chas”… y unos pocos minutos bastan para que cada pelo ocupe su debido lugar con su exacta longitud.
Hoy me armé de valor y me atreví a esgrimir las tijeras yo también. El molesto pelo delante de los ojos estaba distorsionando mi visión del mundo, así que resuelta y con mano firme he intentado emular a María y me he recortado el flequillo yo solita.
Lo cierto es que ahora veo el mundo con más claridad pero… cuando me he mirado en el espejo, me he dado cuenta de lo mucho que echo de menos la prodigiosa habilidad de María, mi peluquera de toda la vida.