Ventanas abiertas, ropa tendida, luces encendidas al anochecer y algarabía de niños correteando por todas partes. La vida ha regresado al pueblo.
Y yo, que he pasado casi todos mis agostos en la aldea, tengo la sensación de haber vuelto a los años de mi infancia cuando las vacaciones de verano eran sinónimo de estar con los abuelos, reencontrarse con los primos y jugar todo el día, despreocupados, en plena naturaleza.
Con el paso de los años muchos dejaron de venir, escogieron para “vacacionar” destinos más turísticos, más “glamurosos”, más lejanos, y cuando ya no había abuelos que visitar muchas casas se cerraron y el olvido las fue devorando poco a poco. Aldeas enteras se vaciaron, las paredes de sus casas empezaron a desmoronarse engullidas por hiedras y zarzas que borraron todo rastro de vida pasada en ellas.
Ayer salí a caminar con mis perros como todas las tardes, esta vez me acompañaban dos niños y sus jóvenes padres. De repente en un recodo del sendero se nos cruzó veloz como un rayo dorado un precioso zorro. Ante los ojos cargados de asombro de los niños, aquel animal salvaje acababa de convertir la tarde en una emocionante aventura, y era sin duda mucho más fascinante que cualquiera de las criaturas de ficción que aparecían en sus habituales videojuegos. Por primera vez en su vida habían visto un zorro “de verdad” en su hábitat natural.
Me resulta esperanzador todo esto, porque tal vez algunos de estos niños quieran volver a pasar sus vacaciones en el pueblo. Tal vez algunas de estas familias empiecen a darse cuenta que el campo puede ser un destino tanto o más atractivo que cualquier resort o ciudad de vacaciones de moda. Tal vez tomen en consideración la idea de que cuidar y abrir de vez en cuando la “casa de la aldea” es una buena inversión. Tal vez vuelvan a llenarse de gente los pueblos como en los veranos de los 70…
Y es que, como me confesaba ayer el padre de los niños: “yo ya me lo estoy planteando, si nos vuelven a cerrar Madrid… ¿que mejor sitio que este para pasar otro confinamiento?”
Ventanas abiertas, ropa tendida, luces encendidas al anochecer y algarabía de niños felices correteando por todas partes. Da gusto ver como la vida ha regresado al pueblo.